¿Qué tiene que ver Avelino Armisén —un infeliz cuya masturbación tiene un poder letal— con el Boni, un joven botarate que pretende convertir los estertores de un moribundo en materia literaria? ¿Qué relación puede haber entre Silas —un paciente abandonado en un claustrofóbico y desierto hospital— y el Cuqui, un churretoso mocetón que no acaba de creerse que ha encontrado a la mujer de su vida en una atildada profesora universitaria? ¿Qué insospechado vínculo parece enlazar la macabra quiniela que organiza un hospital con enfermos terminales y la lírica representación de un digno músico callejero en un París indiferente a su derrota personal? Sólo la alquimia de una persona excepcional podía tejer un secreto hilo de Ariadna capaz de recorrer estos doce relatos. No ser no duele confirma la maestría de un autor capaz de crear, en pocas líneas, una seductora atmósfera de palabras y peripecias en las que todo lector, con cierta inquietud, acaba por reconocerse.