En un hotel de París, entre el teatro del Odeón y el bulevar Saint-Germain, un hombre recuerda su juventud, en un hipnótico relato que nos habla de una época que fue y de la que apenas queda rastro. ¿Sus escenarios?: Palma -la ciudad mediterránea- y Barcelona -la ciudad mestiza, que todo lo fue- a mediados de los años setenta, cuando el viejo orden se estaba desmoronando y el nuevo no existía aún. En ese hueco sin historia y a la vez profundamente enraizado en la del siglo XX -la herencia de todas las guerras y las ideas- se contempla, como en un diorama, la educación sentimental del narrador y un tiempo irrepetible, convertido en galería de sombras que deambulan como en la atmósfera de un sueño.
Música, literatura, hippismo, algaradas callejeras, el desorden de la juventud, el esplendor del erotismo y el amor, son el tapiz donde el protagonista rescata aquel tiempo en búsqueda de su lugar en él. Al fondo, como si fuera otra música, la relación con la ciudad y su mirada literaria, asunto en el que su autor, José Carlos Llop, ha sido comparado por la crítica francesa con Durrell y Pamuk.
En Reyes de Alejandría, Llop crea una deslumbrante novela atravesada por las voces de la memoria y recupera una vida que nadie -ni siquiera los que la protagonizaron y sobrevivieron- sabe ya si existió alguna vez.