Todo ocurre en una noche, porque una sola noche puede suponer un tiempo infinito para el deseo, el amor y la muerte. En el intervalo que va de una a otra frase dicha por los comensales de una cena destinada a convertirse en algo más que un banquete, puede la muerte ocultar su baza más definitiva, y puede la zona oscura de la memoria recordar cosas que no debe y consumar actos prohibidos. Igual ahora mismo el amor es el gran prejuicio: lo prohibido y lo temido. Por eso la pasión que se profesan dos de los personajes de esta historia acaba convirtiéndose, más que en una transgresión, en una revelación de las regiones más resbaladizas del deseo. Todo ocurre en una noche, porque en una sola noche pueden el amor y la muerte interpretar íntegramente su melodía. Y cuando acaba el concierto vemos que se apagan las luces y que se derrumba el escenario, y sabemos que ya nada volverá a ser como antes. Pocas veces Jesús Ferrero había decidido acotar tanto su espacio narrativo en favor de un clímax en continuo ascenso y en beneficio de una tensión dramática que tiende a ajustarse como una malla al desarrollo de la acción. Premio Azorín 1997.