Perderse, precipitarse equivocarse mil veces. Encarnar sin proponérselo esa quebradiza autoridad que depara el del fracaso. Ella será eso: la paradójica autoridad de la derrota, y su escritura será desde un principio el lenguaje de la ausente, de la que perdió el ser, de la que perdió la voz, de la que ni siquiera ya es un poco de fiebre en la noche rielada de anuncios de neón. Al final, su mirada querrá alcanzar las burbujas de nebulosas. No sólo su vida, también la del universo le parecerá en ese momento pura demolición, pura combustión, puro deseo.