Desde las primeras veces en que Leo Salgado dirigió el objetivo de la cámara hacia su familia, sintió el influjo diabólico de aquel instrumento, aquel ojo capaz de iluminar los actos cotidianos y revelar sus facetas más íntimas. Convertido en cazador furtivo de imágenes, Leo no descansó hasta abismar su mirada en las aguas más transparentes y más envenenadas de la bondad y la maldad humanas. La cámara, ese ojo del diablo, es aquí el genio poético adolescente que capta con cruel objetividad y transparencia la desintegración de la familia. Jesús Ferrero dota a esta historia de un elemento inquietante: la figura del «artista mirón» tan diabólico como necesario para la creación de un nuevo saber acerca de las relaciones sentimentales, de las relaciones familiares y del amor.