Cuando lees por primera vez a un autor como Borges, precedido por una incontestable fama de magnífico literato, creas en tu mente unas expectativas difíciles de complacer. Cuando esas expectativas se ven defraudadas, aunque de manera mínima, te queda una regusto agridulce. Eso es lo que predomina en mi boca tras la lectura de El hacedor, un sabor que no se fijará en mi paladar, ni por exquisito ni por insípido.
hace 11 años