A mediados de los años 40 del siglo pasado, Ringo era un chaval de unos quince años que se pasaba muchas horas encerrado en el bar de la señora Paquita, leyendo y moviendo los dedos sobre las mesa, como si aun estuviera repasando las lecciones de piano que su familia ya no podía costearle. Ahí, en esa taberna mal iluminada del barrio de Gracia, el chico supo de la historia de amor entre la señora Mir y el señor Alonso: ella, una mujer entrada en años y en carnes, masajista de profesión, coqueta, ingenua y enamoradiza; él, un cincuentón apuesto que empezó frecuentando a la mujer para curarse de una lesión en el pie y acabó instalándose en su casa. Allí vivían Vicky Mir, su hija Violeta y Alonso, hasta que un domingo por la tarde pasó algo inesperado: el barrio entero vio cómo Vicky se echaba en las vías muertas de un tranvía intentando un suicidio imposible y ridículo, mientras el señor Alonso desaparecía del barrio para no volver. Lo único que quedaba de él era una carta que el hombre prometió escribir y entregar a Paquita para que la hiciera llegar a su destinataria, y alrededor de esta misteriosa carta se mueve la historia que el narrador va desvelando de a poco. Antes de saber qué contenía la carta y a quién iba dirigida, seguiremos los pasos de Ringo y de su familia: hijo adoptado de un padre comprometido con la lucha antifranquista y de una madre cariñosa y fuerte, que intenta suplir como puede las carencias económicas trabajando día y noche, el chico es aprendiz en un taller de orfebrería hasta que un feo accidente le corta un dedo de la mano. Se esfuma así su sueño de ser un gran pianista, pero crece su imaginación, bien alimentada por los cómics de entonces y las novelas que compra de segunda mano. Después de tanto leer, finalmente llega el momento mágico en que unas primeras palabras, el arranque de lo que sería su primer relato, quedan fijadas en un cuaderno.