La historia de Mevlut, humilde vendedor callejero de yogur, arroz y boza —un licor de escasa graduación alcohólica—, cuya trayectoria vital se entrelaza a la de Estambul, adonde llega en la década de los sesenta junto a su padre y con la cual crece hasta nuestros días, es una novela de esas que se leen con fruición y deleite. De esas que, pese a lo voluminoso —más de seiscientas páginas—, según se aproxima el final va entrando la melancolía de que acabe. No es de las novelas más atrevidas de Pamuk, aunque tenga su parte de audacia narrativa: junto al narrador omnisciente se deslizan las voces de los distintos personajes, salvo la del propio protagonista, Mevlut. Pero el estilo es cercano, con ese placer de quien cuenta una historia en tono familiar, y la forma en la que se resuelven la trama y los distintos elementos deja bien a las claras la maestría de Pamuk, premio Nobel de literatura. Muchos son los aciertos: sobre todo una galería de personajes humildes muy bien trazados y la descripción minuciosa —pero no cargante— de todo un lugar y varias épocas. Y un optimismo, unas ganas de vivir que, desde su protagonista, Mevlut, se nos contagia a nosotros. Da igual que trate de barrios humildes, de mundos de chabolas, de la lucha por el sustento diario: Una sensación extraña —dejo al lector descubrir, aunque sea al principio de la novela, cuál es esa sensación— es un pequeño bocado de alegría, un luminoso alegato a la vida. (Carlos Cruz, 26 de octubre de 2015)
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