El niño aborda el mundo desde la inocencia, la imaginación, la falta de corudra. Poco a poco, sin embargo, va descubriendo que la "razón" impuesta por los mayores desbarata su reino, que el decoro exige una conducta y un lenguaje, que su realidad, su mágica realidad, no era sino un espejismo. Ahí reside la tragedia, la tragedia de la infancia. Pero no tema el lector ningún patetismo, algo imposible en alguien como Savinio, que predicaba la profundidad de la "superficialidad". Esta breve narración, escrita con una prosa exquisita, ambientada en una Grecia cosmopolita de finales del siglo XIX por la que pululan los dioses clásicos, con personajes extravagantes y disparatados, se distingue por el juego de equívocos y paradojas y, sobre todo, por el rasgo que seguramente caracteriza mejor la obra escrita de Alberto Savinio, la ironía y el humor inteligentes.