«Hay muchos que producen novelas porque cuando ellos nacieron ya las habían escrito otros. Si al venir a la vida no hubiesen encontrado libros, nunca se les hubiese ocurrido escribirlos. Yo, en cambio, tengo la certeza de que al nacer en un país salvaje, sin literatura, sin novelas, sin lenguaje escrito, habría hecho por las mañanas varias leguas de marcha para llegar a la cabaña del vecino más próximo y decirle: "Compañero, vengo a contarle una historia muy interesante que se me ocurrió anoche..." Yo he nacido para contar historias. Siento la necesidad de crear novelas, tan imperiosamente como necesito comer y beber.» Así expresaba Blasco Ibáñez (1867-1928), su íntima necesidad de contar historias, y es esta pulsión por crear ficciones la que acerca al lector de hoy en día a la figura del autor valenciano y lo reubica en el lugar de nuestras letras que le corresponde. La Catedral, escrita en 1903, forma parte de las llamadas «novelas sociales» que el autor publicó tras su famoso ciclo valenciano. La novela narra la evolución espiritual de Gabriel Luna desde sus días en el seminario hasta su activismo anarquista, y supone, además de un claro alegato anticlerical, un valiente posicionamiento ideológico por parte de su autor.