Si cada escritor siempre tiene un punto fuerte en el que da lo mejor de sí, en el caso de Javier Cercas el ámbito en el que más ha desplegado su valía ha sido la autoficción. Tras consagrarse con “Soldados de Salamina”, donde novelaba su investigación de un episodio ocurrido en la Guerra Civil, hasta la magistral “El monarca de las sombras”, crónica de la reconstrucción de la vida y muerte de un tío abuelo suyo luchando en el bando nacional, o “El impostor”, relato de sus conversaciones con Enric Marco y la manera con la que quiso saber sus motivaciones para falsear su biografía, esas obras quedan para la historia del género. Saliéndose algo de la autoficción por no presentarse bajo la forma de novela, en “Anatomía de un instante” desplegó también su maestría a la hora de verter sus reflexiones sobre acontecimientos históricos recientes que ofrecían el mayor aliciente de la literatura: dejar sobre la mesa preguntas, y discurrir en torno a ellas, aunque no se conozcan las respuestas. En otras novelas, si bien no de autoficción como “El móvil”, “El inquilino” o “La velocidad de la luz”, es fácil encontrar un componente autobiográfico del autor, distorsionado con las pertinentes licencias literarias que no por ello provocan en esas obras un resultado malo. Con la trilogía “Terra alta”, la incursión en el género policiaco de ficción total, si bien con resultado digno, lo llevó a los resultados menos destacables de su obra. En “El loco de Dios en el fin del mundo” el planteamiento era arriesgado: recoger en un libro un viaje hecho a Mongolia con el Papa Francisco y todo su séquito, así como las conversaciones con gente de la Iglesia con las que el autor, que parte de su condición de ateo desde el inicio, intenta conocer aspectos de la institución y las motivaciones de sus miembros. El riesgo era claro desde el principio: mantener la atención del lector en más de cuatrocientas páginas con ese planteamiento sin saber si el nudo (previo al desenlace) daba tanto de sí. En entrevistas de promoción, Javier Cercas ha destacado que la cuestión sobre la que pretendía que pivotara su obra era la necesidad de acceder al Papa para que le diera una respuesta a él sobre la convicción de su madre, católica convencida, sobre si había vida después de la muerte, y si ella estaba en lo cierto en otra convicción, la de que llegado ese momento se encontraría con su marido, el padre de Cercas. Como aliciente promocional, el extremeño destacó que desde el momento en que en un libro se presenta el gancho de un enigma por resolver (aunque en este caso sea existencial) el discurrir de ese libro ya cuenta con un elemento propio del género policiaco. Pese a ello, la empresa arriesgada no ofrece lo mejor de Cercas, de quien incluso se ha llegado a hablar como candidato para el Nobel de Literatura. “El loco de Dios en el fin del mundo” acaba siendo lo más parecido a la crónica de un viaje que recoge entrevistas con miembros de la Iglesia en la que él formula preguntas que siempre quiso plantear. Con muchos pasajes de ritmo monótono y de dar vueltas a aspectos insustanciales, el libro ofrece como alicientes principales el punto de partida (la motivación del autor para hacer el viaje) y el conmovedor e inesperado final. Aparte de eso, se podría destacar como ejemplo de tolerancia, convivencia y respeto, la forma con la que Javier Cercas, que recuerda su condición de ateo a los miembros de la Iglesia con los que habla, aborda con ellos las cuestiones que le inquietan. Las dos partes lo hacen desde el humor y la distensión, como es propio en el diálogo entre personas con ideas y convicciones distintas pero seguros de sus creencias. “El loco de Dios en el fin del mundo” no desluce la excelencia de las buenas obras de autoficción que ha alumbrado Javier Cercas y que al inicio de la reseña se citan, pero esperemos que tras los años de paréntesis con el género policiaco y la crónica fallida de su viaje con el Papa, vuelva a dar lo mejor de sí. www.antoniocanogomez.wordpress.com
hace 1 mes
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