"Iba muy bien, admirablemente bien, la venta de La mujer que murió de afán de vivir, pero sin embargo, Restrepo estaba triste. De un día al otro había comenzado a sentirse viejo, y la primera sensación de su vejez la tuvo una madrugada, cuando al doblar una esquina equívoca del antiguo Madrid, se sintió solicitado por una sombra goyesca en los siguientes términos: — ¿Vienes, gordito?" [pág. 26]