La mujer depositó a su hija en la consulta del dentista igual que si posara un centro de flores, recién confeccionado y terso por el rocío, en una mesa de comedor. Besó a la niña en la frente, inclinándose protectora sobre ella. El cabello de la madre, retenido por el cuello de su gabardina color café, se liberó ocultando con complicidad delictiva beso y rostros. Aseguró a su hijita del alma que el doctor Shito no le haría ningún daño y ya en tono más alegre, como si le narrara el final feliz de una fábula, le prometió que volvería a buscarla en cuanto terminase sus recados. Eso sería enseguida. Prontísimo, aseguró.