«Hay una mancha de humedad en el techo del ático, frente al ventanal de acceso a la terraza». De este modo aséptico describe el aparejador en su informe las molestas goteras que turban la existencia del protagonista del primero de los relatos. Unas manchas de contornos difusos y amenazantes, como las figuras de un test de Rorschach, que despiertan en él los recuerdos de un desamor reciente y le devuelven un reflejo aterrador de sí mismo, como un Dorian Gray contemporáneo. El escenario del segundo de los relatos es el interior de un edificio en obras, donde un cartel publicitario que anuncia las ventajas de un nuevo plan hipotecario sirve para ocultar las pequeñas tragedias que atraviesan las vidas de los personajes que lo protagonizan, dejándolas en penumbra. Treintañeros en busca de una felicidad que se les escapa, habitados por la soledad, la incomunicación y el desencanto. Dos relatos sensacionales, en los que andamios y humedades se convierten en metáforas precisas de la vida en construcción, y subrayan la precaria estabilidad sobre la que se sostienen la identidad o el deseo.