1806. Prusia acaba de pactar una paz de urgencia con Napoleón y en los salones de Berlín se discute de política y de teatro. Según los más críticos, el ejército prusiano «en lugar de honor sólo tiene arrogancia y en lugar de alma un mecanismo de relojería». El capitán von Schach, dicen algunos, es el prototipo de ese mundo; él mismo se compara con un caballero templario. En el círculo de la viuda de Carayon y de su hija Victoire, nobles francesas emigradas, el capitán es admirado a la vez que comentado; Berlín observa cómo corteja a la distinguida madre, y lamenta la suerte de la hija, cuya belleza arruinó la viruela. El príncipe Louis, sin embargo, opina que «detrás de lo aparentemente feo se esconde una forma superior de belleza». Estas palabras principescas hacen mella en el capitán, el cual empieza a mirar con otros ojos a Victoire. Victoire, por su lado, decidida a sacar provecho de lo perdido, dice: «Lo que asusta a otras personas de mi edad y mi sexo, yo me lo permito». Y, en efecto, se lo permite.