Un análisis de sangre cambia la vida de Toby para siempre. Ese resultado positivo, hace que le separen de su familia y le lleven a la casa de la muerte, donde convivirá con otros chicos en una isla completamente aislada de la civilización. Allí pasa los días recordando su vida anterior y preguntándose cuánto tardarán en aparecer los primeros síntomas de la enfermedad. Sabe que en el momento que enferme, le llevarán al sanatorio, y nadie regresa de allí. La casa de la muerte de Sarah Pinborough es una novela desasosegante. Vas leyendo y no sabes qué es lo que pasa en esa casa. Solo que niños y adolescentes intentan vivir sus últimos días de la mejor manera posible antes de que esa terrible enfermedad haga su aparición y solo quede de ellos un vago recuerdo. Mientras esperan la caída de su particular espada de Damocles, conviven como buenamente pueden bajo la atenta mirada de las enfermeras y la supervisora, que están pendientes de cada mínimo cambio que se produce en su comportamiento. Una curiosa mezcla de personajes en la que nos encontramos a niños que echan de menos a sus padres, víctimas de acoso escolar reconvertidas en acosadores, superdotados, líderes de dormitorio… Y también adultos sin nombre que no se preocupan por nada y se mantienen impasibles frente a la desolación de los chicos. La casa es el escenario principal, casi único, del libro. Tiñe la ambientación de desasosiego y oscuridad, aunque en esta historia hay mucha luz: la de la esperanza, la de la amistad y la del amor. La esperanza y la amistad son las que mantienen la cordura de los chicos. Y me refiero a esa amistad verdadera en la que un amigo está siempre que se le necesita y ayuda sin que se lo pidas. La autora nos habla de ese primer amor que, pese a luchar contra un reloj inexorable, sumerge a la pareja protagonista en la pasión, la ternura y la confianza ciega con la que sólo se entrega alguien que se enamora por primera vez. Una historia que va mucho más allá de lo que insinúa la portada y el título. Más bien es una llamada a que recordemos que la vida es corta y que hay que hacer y decir las cosas en el momento justo, porque el día de mañana puede que no llegue. Una novela sorprendente en la que terminas con un nudo en la garganta y deseando que, llegado el momento, alguien convierta tus últimas horas en algo que te haga comenzar tu último viaje con una sonrisa en los labios. (Ana García, 26 de octubre de 2017)
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