Viajar es enfrentarse a la fugacidad. Los que amamos viajar somos como ese criado de Las mil y una noches que, asustado tras haber visto a la Muerte en el mercado, pide prestado un caballo a su amo y escapa (viaja) a Basora, sólo para reunirse allí con la Parca, con quien tenía una cita sin saberlo; es decir, solemos ser personas que intentamos correr más que nuestras propias sombras. Huimos del tiempo que nos persigue, en fin, sólo para dirigirnos ciegamente hacia la última frontera.