EMA, LA CAUTIVA

EMA, LA CAUTIVA AIRA, CESAR

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Resumen

Ameno lector, hay que ser pringlense, y pertenecer al Comité del Significante, para saber que una contratapa es una «tapa en contra». Sin ir más lejos, yo lo sé. Pero por alguna razón me veo frívolamente obligado a contarte cómo se me ocurrió esta historiola. La ocasión es propicia para las confidencias: una linda mañana de primavera, en el Pumper Nic de Flores, donde suelo venir a pensar. Tomasito (dos años) juega entre las mesas colmadas de colegiales de incógnito. Reina la desocupación, el tiempo sobra. Hace unos años yo era muy pobre, y ganaba lo necesario para analista y vacaciones traduciendo, gracias a la bondad de un editor amigo, largas novelas de esas llamadas «góticas», odiseas de mujeres, ya inglesas, ya californianas, que trasladan sus morondangas de siempre por mares himenópticos, mares de té pasional. Las disfrutaba, por supuesto, pero con la práctica llegué a sentir que había demasiadas pasiones, y que cada una anulaba a las demás como un desodorizante de ambientes. Fue todo pensarlo y concebir la idea, atlética si las hay, de escribir una «gótica» simplificada. Manos a la obra. Soy de decisiones imaginarias rápidas. El Eterno Retorno fue mi recurso. Abjuré del Ser: me volví Sei Shonagon, Sherezada, más los animales. Las «anécdotas del destino». Durante varias semanas me distraje. Sudé un poco. Me reí. Y al terminar resultó que Ema, mi pequeña yo mismo, había creado para mí una pasión nueva, la pasión por la que pueden cambiarse todas las otras como el dinero se cambia por todas las cosas: la indiferencia. ¿Qué más pedir?