El diablo está en el pueblo, eso es seguro. Y no sólo por la desesperante sequía que ahoga poco a poco los campos de las primeras semanas de octubre de 1947: hay otras señales. Lo que ocurre es que los padres de Nacho se empeñan en negarlas, más centrados en sobrevivir a un panorama político del que reniegan que en la salvación de sus propias almas. A fuerza de escuchar las advertencias del polémico y temperamental cura don Primo y los lamentos de la atormentada Celsa, a sus casi nueve años el protagonista de esta novela es capaz de formarse una imagen muy clara de lo que le aguarda en el infierno si sus padres siguen decididos a no llevarle a la iglesia. La verdad, no le hace mucha gracia acabar entre llamas, pero aún hay algo que le da más miedo: encontrarse cara a cara con Lucifer... y eso está a punto de suceder. A través de los ojos de Nacho, Diego Carcedo despliega un retrato coral tan inocente como intencionado de la España rural de la posguerra: políticos altivos con el yugo y las flechas de la pechera, el maquis en el monte, el estraperlo en la oscuridad de la trastienda, y sobrevolando cada escena la sensación de que todos, con independencia de épocas y edades, hemos sido alguna vez niños luchando contra demonios.