Mediante el trazado de un crisol de personajes con vidas aparentemente independientes en un Madrid de posguerra en el que unos luchas por comer, otros por no ser delatados, unos por no ser ejecutados y la minoría sobrevive con dignidad, Martínez de Pisón se enfrenta a la arriesgada empresa de cambiar de registro. Acostumbrados a novelas de mayor o menor extensión en el que una familia muestra su evolución a lo largo de los años y así se plasma la evolución de la sociedad española, “Castillos de fuego” recoge la esencia de Martínez de Pisón sólo cuando se busca. La manera con la que los vaivenes de la vida benefician y golpean a los personajes y el recurso a las historias familiares (esta vez con menos peso) forman parte del sello del escritor zaragozano. La ausencia de división simple entre buenos y malos a la hora de configurar los personajes juega a favor de una obra en la que se echa en falta una relación de personajes al inicio para ayudar al lector a ubicar la relación de cada uno con respecto al otro. Las historias, pese a estar bien trazadas en esa pluralidad de personajes, provocan en algunos pasajes un cierto tedio en el que Martínez de Pisón no suele caer cuando se limita al clásico esquema de sus novelas. Javier Cercas deja de dar lo mejor de sí cuando entra en el género policiaco, Almudena Grandes se pierde escribiendo distopías y Martínez de Pisón desluce su maestría en novelas corales de la Guerra Civil. Pese a la calidad innegable de “Castillos de fuego”, esperemos que vuelva retratar las sagas familiares de España. www.antoniocanogomez.wordpress.com
hace 4 días