Afirmar que la realidad supera siempre la ficción resulta un tópico. Muchas novelas (“El dolor de los demás”, de Miguel Ángel Hernández, “Soldados de Salamina”, de Javier Cercas, o “A sangre fría”, de Truman Capote), juegan con ficcionar unos hechos, ya sea el proceso de investigación de los mismos o la manera con las que el escritor los vivió. Si a ello le unimos que la Guerra Civil, la posguerra y los años de despegue económico, son una época en la que las estrecheces agudizan el ingenio y la picaresca, y en medio de las situaciones extremas sale lo peor y lo mejor del ser humano, recoger las historias escondidas durante mucho tiempo por quienes las vivieron y que, por lógica biológica, amenazan con perderse, puede dar lugar a una obra como esta: novela que se lee de un tirón al no tener desperdicio en ninguna de sus páginas. Nieves Concostrina, periodista conocida por sus muchos libros de anécdotas perdidas de la Historia, grabó durante años los recuerdos de su madre (quien da nombre al libro), nacida en 1930 y criada en la frontera de los barrios de Lavapiés y La Latina. Las clases populares del Madrid más típico ofrecen a la autora la oportunidad de dar lugar a una obra redonda siempre que logre hilvanar multitud de historias sin desperdicio. Y Conconstrina lo logra con sobresaliente “cum laude”. La vida en una corrala con baño compartido, las miserias y la solidaridad cuando toca sobrevivir durante la Guerra. La necesidad en una posguerra a través de situaciones que provocan en el lector la sensación de hambre. El contraste entre las clases sociales de la época. La descripción de una serie de personajes que, en medio de situaciones cómicas, ofrecen una capacidad de resistencia y aguante admirable. Y al final, un libro que deja un gran vacío al acabarlo y el deseo de que la autora continúe explotando la fórmula. www.antoniocanogomez.wordpres.com
hace 1 año