Supo observar, mirar todo cuanto acontecía a su alrededor y, por tanto, trasladarlo al papel, escribir sobre gente distante pero no distinta. Porque retrató con igual maestría los sueños y las bajas pasiones de las presas republicanas, los miedos de las que huían en un barcucho rumbo a Francia o la problemática de los jornaleros andaluces. De igual forma, reflejó la situación de los hombres y mujeres de la otra orilla: los mulatos de la playa, el adolescente mexicano, el matrimonio interracial americano. En el exilio la cadencia de su escritura cambia, deja de ser castellana y se convierte en hispana, se adapta sin que su compromiso social y político se debilite.