En Palermo, a finales de los años treinta, un oscuro personaje comete un triple asesinato al que, sorprendentemente, no se da publicidad. En el posterior proceso, y a medida que pasan los días, una desagradable pero generalizada convicción empieza a hacerse patente : ni el abogado ni el fiscal, y casi ninguno de los miembros del jurado, parecen plantearse cuestiones como la posible enajenación mental o cualquier otra circunstancia atenuante que pudiera redundar en beneficio del inculpado. Todos dan por supuesto que el asesino sólo puede ser condenado a muerte. Con Mussolini en el poder, especialmente orgulloso de haber acabado con la inseguridad ciudadana, la pena de muerte parece constituir una premisa para dar validez a la máxima de que en Italia "se duerme con las puertas abiertas".