Mel Dworkin, pintor consagrado de la década de los sesenta —cuando para toda una generación «el arte, como la vida, estaban empezando»—, es el monarca absoluto de una corte donde las únicas leyes son la sumisión y los celos. Dueñas de galerías de arte, homosexuales bellos y tenebrosos, jovencitas de la buena sociedad, riquísimos coleccionistas y pintores aspirantes a genios, todos interpretan los papeles asignados por Mel. El narrador, Jason Philip, un joven y ambicioso universitario que prepara una tesis sobre Marcel Duchamp —en este mundo, Duchamp es Dios, y Mel Dworkin, su profeta—, consigue seducir a Mel —¿o es seducido por él?— y es admitido en el grupo de privilegiados. Las relaciones entre sus miembros se tejen y destejen alrededor de la gran araña —¿o quizá el contemplador, el mirón que deja hacer?—, el riquísimo y genial Mel, en una densa trama de amores y odios ambiguos. Pero, como sucede siempre entre amados y amantes, entre amos y esclavos, los papeles son cambiantes y el poder se desliza de unos a otros. Y un esclavo que se rebela, el asistente de Mel, a quien ha asignado el papel de pintor fracasado, destruirá el inestable equilibrio de la escena, y quizás la escena misma...