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LA LUZ ES MÁS ANTIGUA QUE EL AMOR MENÉNDEZ SALMÓN, RICARDO

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Resumen

Un lunes de 1350, cuando Europa se recupera de la Peste Negra, el futuro papa Gregorio XI visita al pintor toscano Adriano de Robertis para destruir su última obra, la blasfema Virgen barbuda. El 25 de febrero de 1970, el pintor norteamericano Mark Rothko se corta las venas en su estudio de Nueva York. El 11 de septiembre de 2001, mientras el mundo se adentra en la Era del Desconsuelo, el pintor ruso Vsévolod Semiasin redacta una carta en la que revela las razones de su locura. La historia de estos tres maestros, basada en un enigma —el destino insospechado de la Virgen barbuda de Adriano de Robertis— y gravitando en torno a una idea central —el compromiso del pintor con su arte frente al poder encarnado por Iglesia, Mercado o Estado—, es el eje conductor de La luz es más antigua que el amor, un libro del que nos habla un novelista llamado Bocanegra durante tres momentos cruciales: el nacimiento de su vocación, la muerte de su esposa y su consagración en el año 2040 como gloria de la literatura universal.

1 críticas de los lectores

Tuve este libro entre manos cuando se publicó en 2010. Lo hojeé y lo dejé. Seis años después y fruto de la casualidad, cae esta novela de nuevo en mi poder y tras las recientes y muy gratificantes lecturas de Los caballos azules y El Sistema, mis ganas de leer a Salmón se ven acrecentadas. La novela torna en un ensayo que reflexiona sobre la creación artística. El autor, se convierte en personaje de la obra, bajo la figura de Bocanegra. Lo vemos durante la adolescencia, en el instituto, donde al amparo de una redacción escolar (Lux antiquior amore) se principia su genio creador, se desborda su lava creativa, la anunciación de un escritor en ciernes. En su vida adulta, Bocanegra afronta en un hospital las postrimerías de la muerte de su exmujer, enferma de cáncer y Ricardo nos brinda unas bellas páginas sobre lo que es enamorarse, amar alguien, explotar por dentro, despojarse de las máscaras, concebir el sexo como una inmersión, no sólo física. Una inmersión, a dos, en la que todo lo que circunda a los amantes queda en suspenso. Bocanegra tras ocho novelas publicadas, incluida su Trilogía sobre el mal, pergeña la escritura de este manuscrito en 2010, La luz es más antigua que el amor, de la que hablará éste en su discurso, al ir a recoger el Nobel de Literatura en 2040. Lo interesante del libro, además del inmanente estilo del autor: potente, pródigo en matices, fecundo, son las reflexiones interesantes sobre aquello que conduce a alguien a escribir, a coger un pincel, “espíritus irredentos, un poco salvajes, que ganados por la tristeza no dedican sus vidas sólo a engendrar, comer beber y defecar, sino que intentan buscar un sentido, un para qué, una dimensión más allá de las evidentes a toda esa plétora derramada que es la vida humana“. Nos cuenta Bocanegra que él escribe para evitar la entropía, la muerte, que cada vez que la dignidad humana fracasa, levanta la mano, y la hace caer sobre el papel, quizás para colmar esa ambición de querer contarlo todo. El resto de los artistas de la novela: Rothko, Adriano de Robertis, Semiasin, los tres pintores conciben la pintura como un desafío hacia la religión, hacia el régimen totalitario, hacia eso que llamamos cordura. Pintar como destino, grande o pequeño, pero destino al fin y al cabo. La creación, el éxito, no los aparta del precipicio. Como los poetas de Fin de poema tampoco Rothko sabe oponer nada a la muerte a cuyo encuentro irá, volándose la tapa de los sesos. “Mi capacidad de mirar es tal que mis ojos terminarán por consumirse. Y este desgaste de las pupilas será la enfermedad que me llevará a morir. Una noche miraré tan fijamente en la oscuridad que terminaré dentro de ella” Palabra de Rothko.

hace 8 años