Una pasión (la filosofía), una atmósfera (el invierno) y un genio (Spinozo). Con estos mimbres, Ricardo Menéndez Salmón urde el relato de dos historias separadas trescientos años en el tiempo pero unidas por las grandes pulsiones humanas, el amor y la muerte, y por un notario excepcional, la memoria. Tomando como pretexto la existencia gris y anodina de un erudito que entierra sus ilusiones en la ciudad de Ámsterdam, La filosofía en invierno puede ser leída como una confesión médica, como una biografía atípica e incluso como una pesquisa policíaca en la que conviven la digresión filosófica, la imagen expresionista y el fresco histórico.