Los cuentos de Ese chico pelirrojo a quien veo cada día, aúnan de forma inquietante la ternura y la perversidad, la desdicha y el humor, la crueldad y la ironía y conservan intacta su equívoca belleza. Por las páginas del libro desfilan unos jóvenes perplejos, instalados en una adolescencia voluntariamente prolongada en el tiempo y vinculada al pasado más de lo que sería de desear; así, el asalto a la fortaleza de la grisura cotidiana se retrasa y languidece en una atmósfera que nos recuerda la madurez rezagada de algunos personajes de Fellini. En cada una de estas piezas, Ana María Moix ahonda en sus preocupaciones habituales, al tiempo que afina y matiza su peculiar e inconfundible estilo, donde la sensibilidad está al servicio de esas preguntas hermosas y vanas que los humanos nos planteamos cuando el mundo no se deja entender.