Tan solo un mes después de publicar de El retrato de Dorian Gray, en julio de 1890 apareció la primera parte de su ensayo El crítico como artista. En septiembre de ese mismo año salió la segunda. Con lenguaje desenfadado y mordaz, propone que la labor del crítico es más meritoria que la del artista y aprovecha para escandalizar a la sociedad de su época con provocaciones y epigramas. Establece que la diferencia entre periodismo y literatura radica en que «el periodismo es ilegible y la literatura no se lee». Afirma que el público inglés «se siente mucho más a gusto cuando le habla un mediocre», y defiende los libros de memorias porque están escritos por personas que «han perdido por completo la memoria o nunca han hecho nada digno de ser recordado». Vivimos «una época en la que las gentes son tan laboriosas —opina— que se han vuelto rematadamente estúpidas».