Cuando El árbol de los sentidos-celebrada en el Reino Unido como la revelación literaria más original de los últimos tiempos- cayó en nuestras manos, nos envolvió enseguida con su exotismo y sabor caribeños en un baño de los sentidos. Nos gustaría compartir con los lectores el gozo de su lectura, pues Oonya Kempadoo nos transporta, en esta poética novela, al sutil momento de la pérdida de la inocencia en la infancia. Lula -la curiosa protagonista de El árbol de los sentidos y transparente alter ego de la autora- parece fascinada por el árbol de mango que se alza, ominoso, junto a la casa de su familia en Tamarind Grove, un pueblo en la costa de Guyana. Lula está convencida de que el mango lo sabe todo y lo ve todo, desde los más oscuros secretos hasta los más luminosos misterios, y, en especial, todo lo concerniente al aún insondable enigma del sexo. En este paraíso insular, ahogado sin embargo por las ramas y el follaje asfixiante de la dictadura de Linder Forber Burnham, viven, entre otros, el Tío Joe, un trío de inquietas prostitutas, el libidinoso Iggy DeAbro y la practicante de vudú Tía Ruth. A la sombra del mango, y marcados por la violencia doméstica y los conflictos raciales, todos ellos parecen ajenos a la realidad. Sólo Lula, demasiado ocupada en sus propios asuntos, acaba viendo y comprendiendo todo aquello que el árbol se niega a contarle.