Asesinos sin rostro inaugura con acierto la serie del inspector Kurt Wallander, introduciendo a un personaje complejo, solitario y éticamente comprometido en un entorno sueco que comienza a fracturarse socialmente. Mankell logra construir un thriller sólido que entrelaza la investigación de un crimen brutal con la creciente tensión en torno a la inmigración y el racismo, temas que serán recurrentes en su obra y que aquí se presentan con crudeza, pero sin dogmatismos. Uno de los elementos interesantes de esta entrega inicial es el retrato del padre de Wallander, un hombre poco activo, emocionalmente inexpresivo y huraño cosa que cambia en las novelas siguientes, donde su figura se torna paternalista. Este cambio en la caracterización —que puede verse como una inconsistencia leve— sugiere una evolución del personaje que no fue del todo planificada desde el inicio, aunque termina aportando una dimensión trágica al universo personal del inspector. Con un equilibrio efectivo entre la denuncia social y la trama policial, Asesinos sin rostro sienta las bases de una saga que redefiniría la novela negra escandinava, dejando claro desde el comienzo que el verdadero misterio no siempre está en el crimen, sino en las grietas de la sociedad que lo produce.
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