No era de extrañar que Hanno y sus hermanos conocieran los detalles de cada escaramuza en tierra y batalla naval durante el conflicto, que en realidad se había prolongado más de una generación. El precio que Cartago había pagado en número de vidas, territorio y riqueza había sido muy elevado, pero las heridas de la ciudad eran mucho más profundas. Su orgullo había sido pisoteado por la derrota y aquella ignominia se había repetido justo tres años después del término de la guerra. Roma había obligado de forma unilateral a Cartago a entregar Sicilia, además de a pagar más indemnizaciones. Aquel acto ruin demostraba sin atisbo de duda, como despotricaba Malchus a menudo, que todos los romanos eran perros traicioneros, sin honra. Hanno estaba de acuerdo y ansiaba que llegara el día en que las hostilidades volvieran a reanudarse. Teniendo en cuenta la ira acumulada que sentía Cartago hacia Roma, el conflicto era inevitable y se originaría en Iberia. Pronto.