Es bien sabido que el título de su novela más conocida hace referencia a la Revolución mexicana y que el pueblo protagonista de su novela, Yahualica, es un pueblo perdido, «¡[...] un oscuro pueblo de sombras escabullidas, de puertas cerradas, de olor y aire misteriosos!» un pueblo en el que algunos de sus habitantes desempeñan los cargos habituales durante el porfiriato y que a menudo reconocemos en las novelas de ese periodo. Allí está el director político, el práctico en medicina y farmacia -¿Madame Bovary?-, el abogado del pueblo, todos, «con fama de liberales» posibles herejes, masones, amén de sanguinarios, ladrones, brujos. Pero lo que priva en el pueblo, lo que predomina, es un sombrío patrón de vida, una versión particular de la religión católica, idéntica a la que imperaba durante la Colonia y que conocemos explicitada en los sermones, catecismos, manuales, distribución de las horas del día impresos para apuntalar la vida monástica, precisar con minucia los ejercicios espirituales y determinar la estricta organización de las procesiones de semana santa. Hay una vinculación definitiva entre el pueblo de la novela de Yáñez y cualquier pueblo colonial, también sombrío, del centro de México, antes de la Reforma liberal, un pueblo enlutado, semejante a aquellos por donde los jesuitas pasaban catequizando y amenazando a la población con los castigos del infierno. Un pueblo