En la primera historia, el protagonista es un personaje de existencia atrabiliaria y desnortada, que suscita continuamente la atracción de la sorpresa y el peligro. Se trata de una vida incendiaria, en la que el descaro y el humor pueden, si nos descuidamos, hacernos arder las pestañas. El contraste es enorme con la segunda historia, en la que un tío invita a comer a dos sobrinos en un lujoso restaurante, y allí los muchachos descubrirán la existencia misteriosa de un hombre que confunde las ensoñaciones con los recuerdos. En la tercera historia, conocemos a dos seres que contraponen entre sí, con la tensión de un debate de ideas y sensaciones, algo tan secreto y sutil como puede ser el gusto de la infelicidad. Finalmente, en la misma línea de contraste, que contribuye a que el volumen tenga la variedad con que el autor lo ideó, unas peculiares, estrambóticas y casi surrealistas memorias escolares en la que los escolares protagonistas, alumnos de un colegio de curas tolentinos, realizan un arduo aprendizaje, menos educativo de lo que debiera pero acaso no del todo inocuo para su destino personal, entre la subversión y la indefensión.