– GUSTARÁ: A los lectores que se deleitan con narrativas sencillas y directas, teñidas de humor más o menos ácido, que dejan claros los espacios de la presentación de personajes, la trama, y la resolución final. Lectores que disfrutan siguiendo una senda de piedrecitas identificables que ofrecen entretenimiento en cada mojón. Y con sentido del humor, por supuesto. – NO GUSTARÁ: A quienes son partidarios de la construcción más barroca de la novela negra, policiaca o de misterio, con actores de oscuros principios, motivaciones y procedimientos. Con tramas ramificadas y escenarios complejos, dónde haya que buscar en los entresijos del alma de cada personaje para escudriñar sus movimientos. – LA FRASE: “Salí a la calle y caminé cabizbajo y pensativo hasta el metro. Siguiente parada en mi vida: la rutina del geriátrico con la ausencia de Karina en ella. No tenía nada que hacer. Le había prometido a Rosa que lo dejaba. Me dio pena pensar en aquellas chicas, pero si la policía no podía hacer nada qué pretendía hacer yo contra la mafia albanesa desde mi condición de seudojubileta acomodado… Debía olvidarlo y pasar página”. – RESEÑA: En el año 1966 tuvo lugar un accidente aéreo a 10.000 metros de altura sobre la vertical de la pedanía de Palomares, municipio de Cuevas del Almanzora, provincia de Almería, España. No fue un suceso menor pues se trató de una colisión de un bombardero estadounidense B-52 y un KC-135 cargado para abastecimiento de combustible en vuelo. Del B-52 se desprendieron cuatro bombas de fusión, atómicas para entendernos, con una potencia destructiva muy superior a la de Hiroshima. Afortunadamente ninguna produjo la temida explosión termonuclear, aunque sí hubo otras consecuencias que aún colean a día de hoy. El caso fue que para el entonces ministro español de Información y Turismo, Manuel Fraga Iribarne, y para el embajador norteamericano, Angier Biddle Duke, resultó obligado tomar un baño en el mar y “demostrar” que no había peligro ni contaminación radiactiva. Así pues Don Manuel, con su “meyba” desmesurado, es la imagen en blanco y negro, jocosa a pesar de los pesares, que se conserva en la memoria de los españoles más mayores. Lo anterior viene a cuento porque nada más iniciar la lectura de El comando senil y la auxiliar de geriatría nos encontramos con un residente nonagenario de un geriátrico que, al grito de guerra de <<¡¡viva Fraga, viva Palomares!!>> se abalanza sobre una enfermera con “lúdicas” intenciones. Así estalla una de las escenas más hilarantes que puedan narrarse en 23 renglones. De llevarse al cine, en nada envidiaría a las mejores secuencias de La Pantera Rosa o del camarote de Los Hermanos Marx. Es tradición asociar los geriátricos con las tristes historias motivadas, en lo fundamental, por la cantidad de reservas vitales agotadas ya por sus residentes. También suelen aparecer la ternura o el amor invernal y, ocasionalmente, los actos de sublime amistad o abnegación. Rara vez aparece el humor. El comando senil y la auxiliar de geriatría no pretende ocultar ninguna de las múltiples posibles realidades a las que se enfrenta la tercera y, a veces, la cuarta edad. Pero, eso sí, el enfoque que le da Vicente N. Calvo hace que nos predispongamos a la sonrisa, o a la carcajada, dejando para más tarde la meditación trascendental. En la novela seguiremos las peripecias de Gabriel, un peculiar residente del geriátrico, que en su búsqueda de “desfacer entuertos”, rescatar doncellas (digamos mejor muchachas), combatir malandrines, meterse en camisas de once varas de follones y mafiosos, transitará por un calvario, frecuentemente traumático y cutre, digno de cualquier antihéroe de Woody Allen, con tintes y pinceladas del Torrente de Santiago Segura. Con un claro objetivo y una determinación a prueba de flaquezas, Gabriel realizará su esforzado periplo al tiempo que nos mostrará, casi de soslayo, una “fauna” de personajes arquetípicos de nuestra sociedad. Esa sociedad que padecemos y disfrutamos, la mayor parte de las veces, sin tener la menor conciencia de ello. En estos centros para mayores se han producido algunas de las aventuras más míticas del cine: desde Tomates verdes fritos a Cocoon, pasando por la película de animación Arrugas (incluso un hilarante capítulo de la serie televisiva de los ochenta El equipo A). Hay algo en estas narraciones que reivindica el papel de las personas mayores en el guion de cualquier género. El problema llega de una sociedad que les niega un papel ya que los ancianos en su, aparente falta de productividad física, intelectual y económica, han quedado relegados. En los tiempos del usar y tirar sin opción a la reparación, los ancianos corren la misma suerte. Son aparcados en cementerios de elefantes que no hacen otra cosa que lapidar la poca salud que les queda. La presente novela reivindica, además de ese aire de joya picaresca clásica del que hace gala su protagonista, el papel de los mayores como partícipes de la sociedad que les ha tocado vivir, de sus problemas y de sus soluciones. Los cuerpos podrán ser más lentos, pero la determinación por alcanzar una meta, en alguno de ellos, sigue intacta. El lector, cuando llegue al final, tendrá todos los elementos para decidir qué lado de la moneda prefiere boca arriba. Nos viene a la mente una de las secciones del desaparecido, y celebrado, semanario de humor “La codorniz” (La revista más audaz, para el lector más inteligente). ¡Tiemble, después de haber reído!
hace 4 años