Desde el mismo título, el autor hace gala de una especial ironía e inteligencia para retratar una sociedad tan adormecida como satisfecha de sí misma, que sueña con aprovechar esos escasos destellos de locura que todos llevamos potencialmente dentro para abrir un resquicio en la tediosa rutina diaria. El narrador hace un viaje en tren y se encuentra sentado delante de un futuro asesino pasional; en la autopista, una mujer sueña con tener una aventura al observar a sus vecinos de atasco; un escritor de éxito es suplantado por su vecino. Los protagonistas, gente común hasta el punto de ser anodina, vislumbran por un breve instante la posibilidad de lanzarse a una vida intensa, diferente, pero la habilidad de Puntí es dejar en manos del lector la resolución del conflicto. La cotidianidad, parece querer decir el autor, está llena de dramatismo, mas todo se reduce siempre a pequeños episodios, la vida no va más allá si no sabemos vivirla a fondo. Con una unidad estilística encomiable, en la que las frases lacónicas, casi distantes, y un humor fino de estilo británico denotan un vigor narrativo falsamente desapasionado, estos relatos exploran de forma sutil la delgada línea fronteriza entre la buena fe y la maldad como sentimiento liberador.