Lawrence de Arabia, la leyenda, no podía morir si no le atravesaba una bala de oro y, sin embargo, T. E. Lawrence, el hombre, murió de un simple accidente de tráfico mientras circulaba con su motocicleta. Colisionó con un ciclista y salió volando abriéndose la cabeza contra el asfalto. La brecha del cráneo medía 23 centímetros y, según testigos, partes del cerebro sobresalían por ella. Murió seis días después del impacto. De haber sobrevivido, aquel héroe de leyenda habría contemplado el resto de su historia desde una silla de ruedas. Sin embargo, 25 años antes, un jovencísimo y curioso Lawrence pedaleaba con ímpetu por toda Francia y a través de Siria, libre e ignorante del peso de una vida que lo transformaría en el británico más célebre y controvertido del siglo xx (con permiso de Churchill y de Robert Falcon Scott, por supuesto). En 1906, con apenas 18 años, y hasta 1912, Ned, como lo llamaban en casa, salió de Oxford para iniciar un viaje que, si bien no lo convirtió en Lawrence de Arabia, lo puso en la vía para llegar a serlo. Olvide por un momento que este chaval, culto y refinado, fue el héroe de la rebelión árabe (o el gran traidor de un Pueblo que confió en él, pues ambos términos se escuchan por igual), a ver si es capaz de disfrutar de este viaje sin el peso de su leyenda.