Publicada en 1933, un año después de El camino del tabaco, La parcela de Dios fue censurada en Georgia, prohibida en Boston y llevada a los tribunales en Nueva York, así que no es sorprendente que llegara a vender más de diez millones de ejemplares. Pero este best seller dista mucho de compartir nada con otros éxitos editoriales al uso; elogiado por Faulkner, Bellow o Pound, Caldwell fue uno de los pocos escritores capaces de dotar de aliento poético la más cruda de las denuncias. Retrato descarnado y sin contemplaciones de un mundo que agoniza -el Sur empobrecido y dejado de la mano de Dios de las primeras décadas del siglo XX-, La parcela de Dios cuenta la patética historia de los Walden, una familia blanca pobre de la Georgia rural. Exhortados por el rijoso patriarca, Ty Ty, destrozan su granja excavando descomunales agujeros con la descabellada idea de que, tarde o temprano, encontrarán oro. Descuidados los cultivos, sumidos en una miseria cada vez más lastimosa, los Walden padecen, además, una fiebre tan peligrosa como la del oro: un incontenible impulso sexual que conduce a una serie de traiciones, engaños y, finalmente, un asesinato que supondrá la disolución definitiva de la familia. En paralelo a esos sucesos, transcurre la historia del yerno de Ty Ty, un obrero textil en una fábrica en huelga que no correrá mejor suerte -si acaso más digna- que el resto de la familia. Impregnada de un sentido del humor tan negro que bordea el absurdo, La parcela de Dios refleja con mirada implacable -pero extrañamente comprensiva con sus personajes- la explotación, la hipocresía y el envilecimiento moral.