Es casi imposible interrumpir la lectura de esta obra cuando se ha leído la primera página. La violencia feroz de los párrafos iniciales seduce irremediablemente: nada tiene de gratuito ni de inevitable y participa, pues, de lo trágico. Es la violencia de la historia general de los hombres sobre su destino individual. Erskine Caldwell, que fue peón en las plantaciones de algodón, sabe de qué está hablando; y como experimentado guionista de cine, sabe cómo exponerlo. Se trata de una de las mayores novelas americanas. Erskine Caldwell (1903-1984) fue periodista, jugador profesional de fútbol americano, corresponsal de guerra, plantador de algodón y otras muchas cosas, antes de dedicarse profesionalmente a la literatura. En los campos de Augusta, en el estado de Georgia, el algodón ha dejado de cultivarse y los campesinos se han trasladado a la ciudad para trabajar en las hilanderías. Jeeter Lester, el personaje central de El camino del tabaco (1932), es un blanco pobre, heredero arruinado de una extensa propiedad, que en tiempos de su abuelo había sido próspera. Por desidia y enraizamiento, él no ha abandonado sus tierras, de las cuales es sólo el arrendador, y mantiene la inútil esperanza de que al llegar la primavera, si consigue un pequeño préstamo, podrá comprar unas semillas de algodón y alquilar una mula para reavivar el añorado cultivo. Su mujer, Ada, con quien ha tenido diecisiete hijos, mata el dolor que le produce el hambre mascando tabaco y la abuela, ignorada por todos, se arrastra sigilosamente, como un animal, por los matorrales en busca de raíces y leña. Una hija y un hijo todavía viven con ellos: Ellie May, de 18 años, voluptuosa y con un labio leporino que ahuyenta a los hombres de su lado, y Dude, de 16, corto de entendimiento. Los demás han abandonado el hogar. La decadencia económica en su representación más miserable se empareja con la vileza moral, expresada por los personajes con sus actitudes mezquinas, racistas y grotescas. Los paisanos de Caldwell, como también sucedió con Faulkner, lo consideraron un traidor al describirlos como unos seres primitivos, y "El camino del tabaco" fue anatematizado por las bibliotecas de su ciudad. El escritor alegó que la obra era sobre todo un rechazo a la literatura de “claro de luna y magnolias” que se hacía en el sur.