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Resumen

En este estuche de joyas que es La palabra mágica, donde Augusto Monterroso no nos ofrece sus maravillosas e ingeniosas (y breves) fábulas de siempre, sino maravillosos e ingeniosos (y breves) homenajes a autores y géneros literarios, el propio Monterroso señala que cierto autor (se refiere a Borges) ha creado un estilo inimitable que uno desea imitar de inmediato. Lo mismo, exactamente, sucede con ese otro notable y misterioso y deleitable (y breve) autor que es Augusto Monterroso. Uno quisiera explicar concisamente por qué La palabra mágica es no sólo un libro encantador y brillante, sino también importante y sustanciosísimo, aunque (y porque) es un libro breve. Pero ocurre con Monterroso que esta brevedad es engañosa. Como muy certeramente Luis Landero escribía hace poco en El País: «A mí, particularmente, Monterroso me ha engañado ya muchas veces, y así, por ejemplo, hubo un tiempo en que logró convencerme de que su libro de fábulas tiene sólo 100 páginas. A la cuarta vez que lo leí, me di cuenta, sin embargo, de que encubría 400, y como todavía no he acabado de releerlo, resulta que este viejo zorro me ha vendido como prosa breve lo que en realidad es un libro interminable. Y por las mañanas, cuando me despierto, compruebo que Monterroso todavía sigue allí.»