Aristides Subicz, guionista de cine, vividor, dandy y memorioso centroeuropeo con aspiraciones de convertirse en escritor, recibe de un afamado agente literario el encargo de contar la sinopsis de su largamente planeada novela «en tres frases». Diecinueve años ha estado Subicz acumulando material para esa obra que, en sus ínfulas, ha de convertirse en la obra maestra de la segunda mitad del siglo XX, la novela de un legítimo aspirante al Premio Nobel de Literatura. La cita con el agente literario se convierte en un proceso de «evacuación» desaforada de todo ese material «entrañablemente» acumulado durante años: apuntes, acotaciones al margen de un libro, flashes de la memoria, capítulos iniciados y jamás acabados, facturas, tarjetas de visita con toda una historia detrás, lujosas marcas de vino o de ropa, reminiscencias de la guerra, de las guerras, de una vida licenciosa en medio del horror, estampas infantiles o adolescentes, caricaturescos y grotescos esbozos trazados en la sala del Tribunal Internacional de Núremberg… Todo le sirve a Subicz para desplegar ante su posible editor la historia de su novela y, por tanto, la de su vida, en un caudal de historias que sólo tienen como fin el de ser contadas para crear el collage inextricable de una «identidad», una identidad literaria que únicamente es factible mediante el asesinato de cada uno de nuestros álter egos…