Al final de su carrera, Pushkin realizó la transición entre poesía y prosa, y demostró tanta genialidad en este género como en el que se dio a conocer. Dicha prosa, de forma especial Historias de Belkin, contiene muchas de las virtudes de su poesía: claridad, coherencia e ingenio. Estos cuentos, destinados a familiarizar a la audiencia lectora de San Petersburgo con las “clases bajas”, contribuyeron a identificar a Pushkin con la figura de escritor nacional de Rusia, un hombre con un abanico de simpatías tan extenso como “tipos” de gente existían en la sociedad que habitaba.