El insomne, abandonándose a la deriva como un viejo y el mar de estos días, o estas noches, navega al azar las corrientes de la madrugada que más bien lo navegan a él. Cada oleada embravecida se convierte en una aventura, un relato, una imagen que viene de muy lejos en el tiempo o en la geografía. Y él lo atrapa y nos lo cuenta cada vez como si fuera el último trozo flotante que lo salva. Porque este insomne goza sus insomnios. En medio de la obscuridad, cada insomnio es felicidad luminosa, la luz que se vuelve el ámbito donde el inmenso placer de contar y escuchar historias toma existencia.