EL SONIDO Y LA FURIA

EL SONIDO Y LA FURIA FAULKNER, WILLIAM

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Resumen

Suele decirse de esta gran novela que “refleja la decadencia de una familia sureña, los Compson, compuesta por un hermano suicida, una hermana desaparecida, un hermano idiota y otro solterón, violento, racista y avaricioso. Todos hijos de un padre alcohólico y una madre histérica e hipocondríaca”. Ese es el retrato que bien pudiéramos haber encontrado sobre la repisa de una consola decimonónica sobre la que aún permaneciera un búcaro de flores secas. No dice mucho más. Sólo si encontramos un narrador como William Faulkner, podríamos entender los rictus de tristeza, inocencia, desesperación… de los personajes allí retratados. Y aunque él nos dice que nunca pudo contar bien la historia, al final del relato los personajes del hierático retrato, que son quienes se han puesto a hablar, se nos muestran despegados de un autor, mostrando sus diferentes puntos de vista y expresando sus sentimientos desde el desgarro de sus miserias. Y ya no nos importa tanto lo que les sucedió, sino cómo lo cuenta ese autor que ineludiblemente y no sabemos bien desde dónde, los hace surgir. Tal vez el acierto del narrador haya sido ese: el darnos a conocer a los personajes desde ellos mismos, son los retratados los que expresan sus sentimientos con toda su crudeza. La novela está dividida en cuatro partes y cada una se desarrolla en un día determinado: el 7 de abril de 1928 sucede para Benjamín, (Benjuí), retrasado, con capacidad para saber lo que sucede a su alrededor pero no por qué. Así, hay una voz aparentemente caótica en lo que se refiere al tiempo, al orden de los acontecimientos, pero no en cuanto a los sentimientos. Es un ser dependiente de los olores, los colores: del fuego, de la hierba…, de las voces de las gentes que le rodean, gentes a quien ama; son impulsos primarios. Y a través de sus llantos, sus expresiones inconexas, sus visiones de una realidad que nos transmite cuarteada y difusa, pero tierna e inocente, se nos da con todo su primitivo patetismo. El 2 de junio de 1910, sucede para Quentin. Es un ser acabado, en cuya alma se esconde el pecado. Sin embargo, el lector le percibe como el depositario de la memoria histórica de la familia e incluso del Condado en donde viven. Jason -para quien se reserva el 6 de abril de 1928- es visceral, irascible, y tan caótico como Benjuí, pero su caos es distinto, no se engendra en la ineptitud, sino en la ira. El cuarto periodo -8 de abril de 1928- corresponde al narrador omnisciente, es decir, el propio Faulkner.