La vida de Élisabeth Bathori, historiadora de la fotografía, cambia abruptamente cuando Alix, de ochenta y nueve años, le confía las cartas de su tío Alban de Willecot, escritas desde el frente durante la Primera Guerra Mundial, y dirigidas a su amigo, el famoso poeta Anatole Massis. Junto a las cartas, su investigación la lleva a descubrir un diario en clave y un álbum con fotografías. Un verdadero tesoro para su carrera profesional. Pero no sólo. Gracias al enigma de estas vidas ajenas, el esfuerzo por recrear el tiempo en el que Alban y sus seres queridos aún podían esperar y abrazarse, amar y soñar, supone para Élisabeth, que reanuda su trabajo después de largos meses de duelo, una oportunidad para volver a visitar las sombras de su propio pasado y recordar que sigue viva. Esta herencia memorialística está acompañada por otro legado: una acogedora casa en el campo en medio de Francia. Desde allí, Élisabeth se sumerge en la historia de Willecot y empieza a sentir un sincero afecto por él, un hombre a quien la guerra hizo abandonar sus estudios de astronomía y que convivió a diario con la violencia de las trincheras. Comienza igualmente la búsqueda de Diane, la joven de la que el teniente estaba enamorado. En busca de respuestas, viaja a Lisboa, Berna, Madrid y Bruselas para citarse con todas aquellas personas que, gracias a sus recuerdos, la ayudarán a reunir cien años de vidas en un todo con sentido. El olor del bosque es una travesía por la pérdida, una investigación sobre las historias de los desaparecidos, engullidos por la guerra —la Primera y la Segunda Guerra Mundial—, el tiempo y el silencio. Pero esta novela —monumental, múltiple, apasionante— celebra también la fuerza inesperada del amor y la memoria cuando se trata de alumbrar el futuro de sus huellas: las que iluminan pero también devoran a los vivos.