Encontramos un festival de claves del período: caballeros de honor, damas ultrajadas, trovadores heridos por los dardos del amor, condes traidores. Conjuntamente forman un entramado que recuerda un drama Calderoniano, o de Lope de Vega. Teatro que se despliega como una narración novelística donde el escritor se permite acudir a todos los pilares sobre los que se asienta el afán del romanticismo. La obra se hace densa, por momentos pastosa, pero D. Mariano recupera siempre el pulso con diálogos perfectos, ampulosos, retóricos, y nunca aburridos. Parece que ya nos sabemos el argumento, tantas veces observado en la televisión, en los filmes del planeta Hollywood. Y aún así la lectura avanza sin sobresaltos, siguiendo la pauta de un drama medieval. Personajes malos, malísimos, nigromantes y torneos a lanza y espada. Walter Scott al fondo, siempre el espejo donde mirarse. Y tristeza, destilada en un alambique sobrio como los artículos que escribía en prensa Larra. También dolor, la de un alma herida, pues el autor se suicidó por no ser correspondido, por el amor imposible de una de esas damas inalcanzables. Quizá, tal vez, igual a la del libro, doña Elvira, cuyos sentimientos jamás salieron a la luz, anegados en un pozo solitario y húmedo. ¡Pero era tarde! ¡Era tarde!
Seré un romántico, pero no perdí el tiempo leyendo este Doncel.