En 1997, Werner Herzog viajó a Tokio para dirigir una ópera. Cuando sus anfitriones le preguntaron a quién le gustaría conocer en Japón —y tras rechazar de manera muy herzogiana encontrarse con el emperador— Herzog respondió al instante: Hiroo Onoda. Onoda era un ex soldado famoso por haber defendido quijotescamente una isla de Filipinas durante décadas tras el fin de la Segunda Guerra Mundial, sin saber que la lucha había terminado. Herzog y Onoda se compenetraron al instante y se reunieron muchas veces, hablando durante horas y desentrañando juntos la historia de la larga guerra de Onoda. De esos encuentros nace El crepúsculo del mundo, la primera novela de nuestro mayor genio vivo, en la que Herzog inmortaliza e imagina los años de lucha absurda y a la vez épica de Onoda con un estilo inimitable e hipnótico: en parte documental, en parte poema y en parte sueño.