La penúltima y más compleja de las novelas de Jorge Icaza, publicada cuando ya era el más célebre de los literatos ecuatorianos. El protagonista, Luis Alfonso Romero y Flores, por su condición de cholo (mestizo de india y blanco) y por sus pujos disimuladores de tal condición en conducta y atuendo, recibe el mote: chulla; o sea, algo parecido a lo que entendemos por acá como un fantasma. Servido el personaje, servida la peripecia; que no hace sino enraizar al relato en la más castiza tradición de la novelística hispana: la picaresca. Enfoque y tono que, por encima o por debajo de la trama, no la abandonará nunca hasta convertirla en una comedia desgarrada, además, en un Quito de aguafuerte, donde relumbran los criollos, corruptos por formación y herencia, y se apuran contra su miseria económica y su baldón racial los cholos e indios.
Con lo que, como afirma Miguel Sánchez-Ostiz en su prólogo, Icaza consigue “crucificar la peor herencia española dejada en América: el prurito de la pureza de sangre, del apellidismo, de la alcurnia criolla, de la raza incluso… Asombrosa en este sentido El chulla Romero y Flores porque es una denuncia en toda regla de un mundo que dista mucho de haber desaparecido, digan lo que digan.”