CUANDO YO ERA ANTONIO MOLINA, de Gloria Martín (Suma de Letras, 2015) Pensé en esconder el libro bajo la chaqueta y en susurrarle a la pequeña de la foto que no se cortase el pelo, que su madre se iba a enfadar; y al final, por no parecer lo que iba camino de ser, un ladrón y un chiflado, me llevé el libro en una bolsa para susurrárselo tantas veces como fuera preciso. Ha sido en el sillón, con el libro entre las manos, donde la pelirroja de la portada me ha contado que deseaba ser Antonio Molina -efectivamente, el de "Soy minero", el del inagotable falsete- y donde he conocido a sus dos familias La de artistas pobres que no sueñan con ser artistas, porque lo son por méritos propios, si no con vivir de su arte y con encontrar un sitio en esa Cataluña de posguerra, tan de posguerra como el resto del país. Algunos se rasgarían las vestiduras si llegasen a leer esto, pero un pianista homosexual teñido de negro, un representante tan homosexual como el negro de pega, un violinista enfermizo y una imitadora de Gilda, entre otros, formarán una familia. La real, la de las sombras y las heridas siempre abiertas, la que no sueña porque el soñar está prohibido y porque el arte es poco menos que un pecado, la que sustituye la miel por la hiel en una novela que es, como su portada y su protagonista, dulzura. Hacía tiempo que no regresaba a los años del hambre, a las canciones de Antoñito Molina y a una escritura acogedora, limpia y amable; ya no recordaba si la guerra era guerra o si, en medio de la tragedia, aún quedaba un hueco para la esperanza: "Mi abuela contaba a veces que si oían las alarmas cuando andaban por la calle y era demasiado tarde para llegar a algún refugio, mientras las otras se echaban al suelo con las manos en la nuca y un tronco entre los dientes, Sagrario, cuerpo a tierra, cantaba a voz en grito, marcando con el palo el ritmo sobre el asfalto".
hace 7 años