«GEORGES Perec decía que cuando terminaba un libro limpiaba su mesa de trabajo, y a ese asunto le dedica un ensayo reunido, me parece, en Penser, classer. Yo, por mi parte, me contento con acabarlo, tarea ingrata cuando llevas mucho tiempo en ello. Viene esto a cuento de que estos días he terminado una novela, Cornejas de Bucarest, que comencé en la primavera de 2007, en Bucarest, a donde fui a dar una conferencia sobre Pío Baroja, invitado por la Universidad. Una novela burlona –de hecho la subtitulo «Guiñol burlesco»– que es ante todo una puesta en claro y un examen de los motivos que me llevan a la escritura. Y de paso a ver si, a cierta edad, puedo responder de una manera para mí convincente al verso de Garcilaso: Mi vida no sé en qué se ha sostenido. Había hecho un viaje a Bucarest en diciembre de 2005 para hablar de Madrid como ciudad literaria. Bucarest me deslumbró y a la vez me hizo ver que cuanto más lejos estuvieras de las instituciones culturales españolas, mejor. Repetí el viaje en pleno invierno de 2008: una de las canciones del viaje de invierno de Schubert está dedicada a la corneja como compañera de viaje. En esa ocasión, como en las dos anteriores, me pateé la ciudad a conciencia. Me gusta escribir de las cosas que conozco o conocer aquellas sobre las que escribo. El título me lo sugirió un fenómeno que se daba en Bucarest. Al caer el día, miles de cornejas, en un vuelo nutrido e incesante, buscaban refugio en el interior de la ciudad. La corneja tiene una simbología tan amplia que al final simboliza lo que nos dé la gana, aunque algunos de los símbolos me resulten más atractivos que otros, como que anuncia un tiempo en el que no debemos dejar pasar las oportunidades que se nos ofrezcan. Me gusta también que la presenten asociada a Morgan Le Fay o Fata Morgana, la que encerró a Merlín en una cárcel de palabras, imagen esta que me parece muy acertada para referirse al escritor más o menos atrapado en su mundo. En unas semanas, veremos qué suerte corre. Por si fuera poco, con o sin cornejas de por medio, he tenido la suerte de que la cubierta sea obra de un diseñador extraordinario, Casajordi, que ha sabido atrapar al vuelo el fondo de ese viaje o de ese guiñol burlesco.» Miguel Sánchez-Ostiz.