Recomendaría leer este libro una vez hayas leído Madame Bovary o El conde de Montecristo. No porque sea una secuela ni nada por el estilo, sino porque en su amor por la literatura, el narrador desvela momentos clave de esas obras. El autor da por hecho que el lector comparte ese bagaje, como si estuviera dirigido a quienes consideran ciertos clásicos como lectura obligada. La historia es sencilla, sin apenas descripciones, ni siquiera conocemos el nombre de la mayoría de personajes. Y, sin embargo, funciona. Tiene un tono ligero, a ratos simpático o incluso infantil, pero consigue transmitir su mensaje con eficacia. Me llamó la atención cómo en algunos momentos se dirige directamente al lector, como si buscara una complicidad silenciosa. Más allá de la historia personal, me resultó muy interesante (y escandaloso) el contexto histórico: la reeducación forzosa de jóvenes en plena Revolución Cultural china. Es increíble pensar que esto ocurrió no hace tanto. La crítica al régimen comunista es clara, sin necesidad de discursos grandilocuentes: basta con ver la vida que se impone a los protagonistas. El final me gustó especialmente. Tiene algo de melancólico, pero también revelador. Refleja muy bien cómo la cultura puede transformar por dentro, cómo la lectura no impone ideas, sino que te abre puertas, te sacude certezas y te permite construir tu propio pensamiento. No es una dictadura: es una invitación silenciosa a mirar el mundo desde otro ángulo.
hace 4 semanas